Crónicas de un Amor Condenado. Capítulo 12

Autor: StephSalvatore | martes, 18 de septiembre de 2012



Podía sentir el resplandor del sol sobre mi rostro y el viento que se colaba por alguna ventana agitando mi cabello suavemente. Escuchaba el ruido sordo de los autos por el pavimento y, después de una leve sacudida, noté que mi cuerpo estaba en movimiento.Todo parecía lejano, como si estuviera dentro de un sueño. Los párpados me pesaban y apenas era consciente de mi cuerpo. Lentamente obligué a mi cerebro a recordar qué había pasado, cuando una voz fría me devolvió a la realidad.
—¿Y qué te hace pensar que yo sé donde está, Alexander?
Otra voz, igual de fría pero un poco más grave y profunda, respondió por lo que parecía ser un altavoz.
—No juegues conmigo, Kristen —la voz sonaba tranquila pero por el tono en que habló, se notaba que estaba visiblemente molesta—. Dime de una buena vez dónde demonios la tienes.
—Repito de nuevo: ¿Por qué crees que yo tengo a tu amiguita?
—No soy estúpido. Sé perfectamente que tú tienes a Stephanie, Kristen, y quiero que me digas dónde está.
—No encuentro razones para que pienses eso —se mofó Kristen.
—Stephanie desapareció esta mañana, nadie sabe dónde está y de la nada tú también desapareces. ¿De verdad me crees tan idiota como para no darme cuenta de que tú estás involucrada en todo esto?
—A ver Alexander, dime una cosa: ¿para qué demonios voy a querer yo a tu amiguita?
Poco a poco me fui dando cuenta de las cosas: Kristen discutía por teléfono acaloradamente con Alex. Hablaban de que yo había desaparecido y al parecer Alex creía que Kristen había realizado una especie de secuestro conmigo. Recordé haber visto unas botas negras antes de desvanecerme al salir del auto y me di cuenta que las sospechas de Alex eran ciertas.
—Porque así eres tú —respondió fríamente—. Haces daño a las personas por el simple hecho de que te gusta hacerlo, disfrutas lastimando y arruinando vidas ajenas por el puro placer de hacerlo.
— Dicho de ese modo me haces parecer una persona terrible —Kristen estalló en carcajadas vacías, carentes de toda emoción.
—Eso es lo que eres, aunque dudo mucho que tan siquiera puedas ser considerada como una persona, hace mucho tiempo que dejaste de serlo.
—Al igual que tú, mi querido Alexander. Te regodeas hablando de cómo destruyo vidas ajenas cuando fuiste tú mismo el que terminó con la vida de tu padre —Alex quiso hablar pero Kristen continuó hablando con un tono hiriente—. Eres un asesino y al igual que yo, dejaste de ser una persona desde hace cientos de años.
—¡Basta ya! —gritó Alex a través del altavoz, visiblemente más alterado—. Dime de una buena vez dónde demonios está Stephanie o te juro que...
—¿Duele escuchar la verdad, cierto?
Kristen hablaba despacio, relamiéndose con cada una de las palabras que pronunciaba. Era obvio lo mucho que disfrutaba lastimar a Alex con los recuerdos de su pasado.
—¿Por qué no aceptas de una buena vez lo que eres y cumples con la misión que tenemos? ¿No te das cuenta que juntos podemos hacer grandes cosas? Piensa en todo lo que podríamos hacer, buscar a la estúpida esa y terminar de una vez con todo esto divirtiéndonos en el camino.
—Yo no soy como tú —respondió tajantemente Alex, de nuevo con la voz calmada.
—En eso te equivocas y lo sabes bien. Eres un demonio al igual que yo y ya es hora de que lo aceptes después de tantos años, ¿no crees?
—Deja de hacerte la tonta Kristen y dime de una vez por todas donde demonios está Stephanie.
—¿Por qué te importa tanto lo que le pase? No me digas que estás enamorado de ella —añadió con un notorio tono de burla.
Alex rió con amargura.
—Por supuesto que no, no digas estupideces.
—¿Y entonces? ¿Cuál es tu interés en esa chica?
—El único interés que tengo es que quiero tener una vida tranquila y lo más normal posible y tú interfieres en mis planes.
—Ay por favor —dijo Kristen en medio de una risotada—, sabes perfectamente bien que nunca vas a tener una vida normal.
—Al menos quiero intentarlo y tus intentos de secuestro no me ayudan. No quiero levantar sospechas Kristen, así que dime de una vez en dónde tienes a Stephanie.
—¿No quieres levantar sospechas? Me temo que de ésta no vas a salir bien librado, Alexander —añadió en un tono sombrío.
—Te lo advierto Kristen, no juegues conmigo.
—Pero si no es contigo con quien quiero jugar —el tono frío y malévolo de su voz me heló la sangre, haciendo que me estremeciera levemente—. Creo que tu amiga ya está despertando, espero que no tenga una conmoción cerebral después del golpe que sufrió.
—¡NO TE ATREVAS A LASTIMAR A STEPHANIE!
El grito de Alex resonó de manera impactante en mis oídos. No sonó salido del altavoz como toda la conversación, si no que resonó por todas partes, como si fuera proferido por cada uno de los rincones del auto.
—Vaya, vaya —la voz de Kristen denotaba una visible sorpresa—. Debo admitir que estoy impresionada, al fin comienzas a utilizar tus poderes, Alexander. Creo que esta chica en verdad te importa más de lo que aparentas.
—No te atrevas a lastimarla, ¿me oíste? Si lo haces te juro que...
—A mí no me vengas con amenazas, ¿entiendes? Sabes de sobra que soy mucho más fuerte que tú y que si quiero puedo acabar contigo en un instante.
—Y tú sabes perfectamente que no te tengo miedo. ¿Quieres matarme? Hazlo, anda. Por mí no te detengas.
—Matarte sería hacerte un favor, y yo no hago favores. Sé muy bien que no me tienes miedo, ¿pero qué tal tu amiga? —añadió con malicia.
—¡Deja en paz a Stephanie! Tu problema es conmigo, siempre ha sido conmigo; a ella no la metas en lo que sea que tengas planeado.
—Créeme que muy pronto sabrás lo que tengo planeado para ella ¡nos vamos a divertir tanto!
—Dime dónde la tienes Kristen, o no descansaré hasta encontrarlas a ambas.
—Oh pero si no tienes que buscar tanto, muy pronto tendrás noticias de nosotros. Te lo prometo.
Los gritos de protesta de Alex terminaron cuando Kristen apagó el teléfono. Aquella conversación me había impresionado, sobre todo un detalle que Kristen mencionó creyendo que yo aún seguía inconsciente: "eres un demonio al igual que yo". De modo que eso era lo que eran en realidad Kristen y Alex: demonios. Todo cobró sentido cuando puse todas las piezas del rompecabezas a trabajar juntas: por eso Alex había presentado semejante fuerza al pelear con Diego, por eso tenía aquella mirada sombría, por eso sus manos se habían regenerado después de quemarse con el ácido y por eso su voz había resonado con fuerza dentro del auto. Porque era un demonio, igual que su hermana. Ambos poseían poderes, Kristen lo había dicho; y, sin embargo, al parecer Alex se negaba a aceptar aún lo que era. La pregunta era ¿por qué?
Quizás se arrepentía de haber asesinado a su padre o quizás hubiera preferido ser el único con habilidades sobrenaturales. La respuesta sólo él la conocía. Me inquietaba el hecho de que se mostrara tan preocupado por mí y si de verdad su único interés era no salir involucrado en mi desaparición. Algo en el tono de su voz me decía que su preocupación era verdadera y que realmente no quería que yo saliera lastimada. Si ya sabía quién era yo y tenía la misión de acabar conmigo, lo lógico era que no le importara que saliera lastimada y, en cambio, parecía empeñado en protegerme de cualquier cosa que pudiera hacerme daño. Varias veces había tenido la oportunidad de asesinarme y sin embargo no lo había hecho. Quizás por que prefería evitar el trabajo sucio dejando que Kristen lo hiciera, aunque si así era ¿por qué su afán en protegerme de ella? Él ya sabía que yo era la última descendiente de los Black, pero Kristen parecía ignorar aún ese detalle. Si quería dejarle el trabajo sucio a ella, ¿por qué no le había contado la verdad?
Una pieza faltaba aún en ese rompecabezas y al tratar de encontrarla, mi cabeza comenzó a dar de vueltas.
—Ya no finjas, Stephanie. Sé que estás despierta.
Moví un poco el cuello sin abrir los ojos aún. Comencé a incorporarme poco a poco y entonces noté una punzada de dolor en la parte baja de la nuca. Abrí levemente los ojos y me encontré con la negra y gélida mirada de Kristen.
—Buenos días, princesita —dijo con sorna.
Miré alrededor y noté que estábamos en el auto de mi hermano. Por las ventanas podía observarse que circulábamos por una carretera y por el color del cielo, se notaba que el ocaso estaba cerca. ¿Había estado inconsciente todo el día?
—¿En dónde estoy? —fue lo primero que pregunté.
—En un auto, ¿qué no es obvio?
Nuevamente sentí una punzada de dolor en la cabeza y llevé mi mano hasta ese sitio. Podía sentir algo viscoso y cuando observé mis dedos, éstos tenían un color escarlata: sangre que ya había coagulado.
—Quizás debería decir que lamento haberte hecho eso, pero la verdad es que lo disfruté tanto.
Quería decirle a Kristen lo mucho que la detestaba y que no le tenía miedo, pero la verdad era que sí estaba asustada. Ahora sabía que era un demonio y no conocía hasta dónde era capaz de llegar, algo me decía que no conocía los límites y tenía miedo de lo que tuviera planeado hacer conmigo.
—No pareces tan valiente ahora, ¿verdad? —se mofó.
—¿Qué es lo que quieres conmigo?
—Todo a su tiempo, Stephanie.
—Por favor Kristen —traté de que mi voz sonara lo más tranquila posible, en un absurdo intento de ocultar lo asustada que estaba—. Mira, yo no sé lo que pretendas, pero...
—¿Qué relación tienes con Alexander? —me interrumpió súbitamente.
—¿Qué?
—¿Estás sorda o qué? ¿Qué relación tienes tú con Alexander Slade?
—Solamente somos compañeros en el colegio —respondí siguiendo la historia que le había oído a Alex minutos atrás.
—¿Y sueles besarte con todos tus compañeros del colegio? —preguntó con sorna.
—Alex y yo jamás nos hemos besado —dije tajantemente.
—No soy estúpida, Stephanie. ¿Te olvidas de cómo los encontré el día que nos presentó?
Por supuesto que no lo olvidaba. Aquel día Alex me había confesado que yo lo volvía vulnerable, aquel día había estado a milímetros de besarme y estoy segura de que lo hubiera hecho si Kristen no nos hubiera interrumpido justo en ese momento.
—Mi vida privada no es de tu incumbencia —me limité a responder.
—Creo que no te haces a la idea de con quién estás tratando, ¿oh sí? Repetiré la pregunta: ¿Cuál es la relación que tienes tú con Alexander?
Yo continué callada, sin proferir palabra alguna.
—Muy bien —añadió en un susurro suave pero cargado de maldad—. Creo que necesitas algo de persuasión.
Su mirada sombría se tornó completamente negra, sus ojos parecían ser dos enormes abismos de oscuridad que parecían envolverme en una terrorífica sensación de pánico. Del fondo del asiento comenzó a surgir una especie de humo negro que se elevaba hasta el techo del auto, rodeándome; extrañamente cuando tocó mis brazos, noté que tenía una consistencia sólida y helada que me hizo estremecer completamente.
De la nada un dolor enorme invadió mi cabeza, un dolor más fuerte que cualquiera que hubiera sentido antes. Era un dolor tan fuerte que nubló mi vista y lo único que pude ver fue a las sombras negras envolviéndome en mi totalidad.


Cuando abrí los ojos, lo único que podía ver era oscuridad. Se escuchaba un sonido vago y repetitivo en un tono agudo, el cual después de examinar identifiqué como el sonido que hacían los ratones al roer algo con sus dientecillos.
Luego de algunos minutos escudriñando la penumbra, mis ojos se acostumbraron a ella y comencé a percibir algunas siluetas entre la negrura aterciopelada: al fondo, justo unos metros frente a mi, una escalera se extendía ascendiendo a una oscuridad más densa que en la que yo me encontraba. A mi izquierda, una mesa larga soportaba varios objetos que no pude reconocer y, a mi derecha, había lo que parecía ser una ventana completamente tapiada.
Cuando pude ser consciente de mi cuerpo, noté que estaba en una silla desgastada, con las manos atadas a mi espalda y mis brazos raspándose con las astillas desprendidas por la madera vieja. Intenté soltarme, pero con cada movimiento raspaba más mis muñecas contra la cuerda que me sujetaba, haciéndome sangrar.
Mientras analizaba en mi mente alguna leve posibilidad de escape, una rendija de luz iluminó la estancia, haciendo brillar las motas de polvo que inundaban el ambiente.
Cuando comenzaba a vislumbrar algunos detalles más de mi prisión, la luz desapareció y un ruido sordo comenzó a acercarse lentamente a mí. Comprendí que eran pasos bajando por la escalera y una silueta cuya negrura resaltaba entre el resto avanzaba hacia mí sin proferir sonido alguno más que el de sus pasos.
—No intentes hacerte la dormida de nuevo, niña —dijo una voz fría que reconocí al instante—. Sé perfectamente que estabas despierta en el auto y que escuchaste toda mi conversación con Alexander.
Demonios. Me quedé muda ante las palabras de Kristen. Ella sabía que yo había escuchado todo y sin duda haría algo al respecto; estaba segura de que no se quedaría como si nada, sabiendo que yo conocía lo que Alex y ella eran. Dirigí la mirada a la mesa de mi izquierda, especulando si entre los objetos sobre ella podría haber algún instrumento de tortura.
—¿Dónde está tu valentía ahora? —se mofó—. Estás sola, Stephanie. Nadie puede ayudarte y tú y yo vamos a divertirnos mucho.
—Por favor, Kristen. No me hagas daño —susurré tratando de fingir una calma que no sentía.
Por lo poco que sabía, Kristen era capaz de cualquier cosa y no dudaba que entre sus planes estuviera asesinarme.
—Oh, pero ¿qué es la diversión sin un poco de dolor? —replicó en medio de una carcajada gélida.
Dolor. Eso era todo. Ese era su plan: iba a inflingirme todo el dolor que pudiera para después acabar conmigo de la forma más cruel que pudiera.
—Kristen, por favor. Mira, yo no te he hecho nada. Déjame ir y te prometo que olvidaré todo lo que escuché en el auto. Déjame ir y olvidaremos todo esto.
Ella volvió a reír y esbozó una sonrisa llena de maldad que me erizó la piel de los pies a la cabeza.
—Cariño, para cuando termine contigo lo único que recordarás será a un desquiciado Alexander torturándote sin piedad.
—¿Alexander? No entiendo, ¿qué tiene que ver Alex con todo esto?
—Creo que eres más lenta de lo que pensaba —bufó molesta—. Generalmente no hago esto, pero como tenemos bastante tiempo me tomaré la molestia de explicarte.
Se colocó justo frente a mí, apoyando sus manos sobre los costados de la silla donde me tenía amarrada y apoyó todo su peso sobre sus brazos, clavando sus negros ojos en los míos.
—No soy estúpida, Stephanie. Conozco a Alexander y es obvio que él está interesado en ti; no entiendo por qué —añadió con desdén—, pero así es. Tú le interesas y cualquier persona en la que muestre interés es el arma perfecta para hacerle daño. Imagina su dolor cuando te encuentre lastimada y completamente enloquecida.
El tono sombrío en que dijo eso último me paralizó del miedo. De repente me imaginé a mi misma con cientos de heridas en el cuerpo y encerrada en un cuarto blanco con una camisa de fuerza, con todos creyéndome loca por creer que Alex y Kristen fueran unos demonios.
—Mejor aún —continuó con una mirada desquiciada—, imagina su expresión cuando te escuche decirle a todo el mundo que él te secuestró y que fue él el que destrozó tu cuerpo. ¡No podría haber nada mejor!
De acuerdo, no había duda de que Kristen era una psicópata en potencia y ante la perspectiva de salir mutilada y sin razón de ese lugar mi cerebro comenzó a idear un plan para escapar de ahí. No era una tarea fácil, así que lo único que se me ocurrió era mantener hablando a Kristen para ganar un poco de tiempo.
—Tu plan no tiene sentido, Alex sólo es mi compañero en el colegio y no creo que le afecte mucho lo que pueda pasarme.
—Sí, claro. Ustedes sigan fingiendo que sólo son compañeros pero a mí no me engañan. Noté la manera en que te mira, nunca lo había visto mirar a alguien así.
El tono de su voz me confundió, ¿parecía dolida? No entendía cómo es que Alex me miraba según ella, pero daba la impresión de desear que él llegara a mirarla algún día de una manera especial.
—Aunque bueno —continuó después de una breve pausa—, en el improbable caso de que ustedes tengan razón, mi plan no será en vano. Todos creerán que Alexander fue tu agresor y se irán sobre él. Nuevamente se verá en la necesidad de huir y se quedará sin hogar como siempre.
Por su manera de hablar concluí que varias veces le había arruinado la vida a Alex y que eso la llenaba de satisfacción. La pregunta era ¿por qué? ¿Por qué el interés en querer lastimar tanto a su hermano?
Me di cuenta de que no podía gastar mi tiempo tratando de descifrar a una desequilibrada Kristen, así que continué hablando:
—¿Por qué haces todo esto? ¿Cuál es tu interés en hacerle daño a Alex?
—Eso es algo que no te interesa.
Al parecer Kristen decidió que ya había hablado bastante y eso ponía mi momento de sufrimiento cada vez más cerca. Dudando si funcionaría con ella, decidí poner en práctica mi habitual costumbre de interrogar a las personas con insistencia hasta llegar al punto de desesperarlas y hacerles decir lo que quería saber.
—Vamos Kristen, ya me contaste tu plan. ¿Qué más da que me digas el por qué de todo esto?
—Tú sabrás lo que quiera decirte, punto.
—¿Por qué no me lo dices? De todos modos, según tú no recordaré nada de lo que acabas de decirme.
—¿Quieres callarte de una vez? Lo único que sabrás es lo que yo decida decirte, nada más.
La desesperación por retrasar mi dolor me hizo cometer una locura.
—Generalmente las mujeres lastiman a los hombres por despecho, ¿eso es, Kristen? ¿Acaso estás despechada y por eso tu empeño en hacerle daño a Alex?
—¡Cállate!
Recibí tremenda bofetada que la boca se me llenó de sangre, pero con eso comprendí que había dado en el blanco. Fuese lo que fuese, en el fondo Kristen era una mujer como todas las demás, mandada por el despecho hacia un hombre. Pese a que mi cabeza me decía que estaba jugando con fuego, mi curiosidad fue más fuerte y seguí interrogándola.
—Así que eso es, ¿eh? Estás despechada, por eso estás decidida a hacerle daño a Alex a costa de lo que sea.
—¡TE DIJE QUE TE CALLES! —bramó con furia—. Cállate, Stephanie no tienes idea de con quién te estás metiendo.
Por alguna razón que sobrepasaba mis límites de razonamiento me gustaba hacer enojar a Kristen, sentía que por una única vez era ella la lastimada y no al revés. Su tono de voz me hizo saber que el tema le dolía, así que continué haciendo la herida más grande.
—Me pregunto por qué ese odio hacia él. Mmm… quizás por un amor no correspondido…
Listo. Esa fue la gota que derramó el vaso. Sin ningún contacto, la silla a la que estaba amarrada salió disparada por el aire, conmigo incluida. Caímos con estrépito justo al otro lado de la estancia y pude sentir la sangre tibia corriendo por mi mejilla. La madera crujió y se hizo pedazos, liberándome de mis ataduras, pero estaba tan lastimada por el golpe de la caída que ni siquiera podía moverme. Kristen se agachó frente a mí y tomó mi rostro con fuerza, obligándome a mirar sus negros ojos llenos de una furia desquiciada.
—Tú no tienes idea de lo que es —rugió—, cientos de años, Stephanie, ¡cientos!, recibiendo su desprecio constante. Intenté ser buena, intenté darle todo pero él siempre se limitó a despreciarme. ¿Quieres saber por qué arruino su vida? Porque él arruinó la mía. Lo único que pedía era ser correspondida, ¿acaso era mucho? Pero no, desprecio fue lo único que recibí. Por eso le quité a su familia y su vida y por eso seguiré arruinándolo hasta que por fin se dé cuenta de que su lugar está conmigo.
Todo eso lo dijo en un murmullo atropellado con la voz llena de rencor. Entonces ése era el punto principal de todo, Alex no correspondía los sentimientos de Kristen y por eso ella estaba decidida a arruinarle la vida durante toda la eternidad.
Había escuchado de chicas obsesionadas que perseguían a un chico hasta el punto de cansarlo, incluso arruinaban todas sus relaciones hasta conseguir estar con él; pero una chica demonio que asesinaba sin piedad y cazaba a un chico por toda la eternidad… bueno, eso era nuevo para mí.
—Planeaba torturarte y dejarte con vida para que tú misma culparas a Alexander de todo —continuó poniéndose de pie—, pero creo que ya sabes demasiado así que me temo que tendré que asesinarte después de torturarte. De cualquier manera, me las ingeniaré para que parezca que él te asesinó… creo que no será difícil.
Después me propinó una patada en el abdomen que me dobló de dolor y me dejó de espaldas a la puerta. Sólo escuché sus pasos dirigiéndose a la mesa cuando de repente sonó un fuerte estrépito al otro extremo del lugar y una luz inundó cada rincón.
—Sabía que estarías aquí.
Conocía esa voz a la perfección, aunque nunca la había escuchado llena de tanta furia. Una punzada que no tenía nada que ver con el dolor de los golpes invadió mi estómago al escucharla, aunque no estaba del todo segura si debía asustarme o sentirme aliviada.
—Vaya —susurró Kristen—, creo que no eres tan tonto como pensaba.
—Déjala ir, Kristen. Tu problema es conmigo. Deja ir a Stephanie.
—Mmm… me temo que eso no va a poder ser posible, cariño. Tu querida Stephanie sabe demasiado y no puede seguir con vida.
—¡No te atrevas a hacerle daño!
—Y si lo hago, ¿qué? ¿Qué vas a hacerme?
Alex susurró algo que no alcancé a escuchar, pero que provocó una carcajada de burla en Kristen.
Lo que pasó a continuación fue una mezcla de confusión, gritos y una oscuridad helada. Lo único que recuerdo son unos brazos sosteniéndome con fuerza y un grito de furia capaz de acobardar al más valiente de los hombres.

Crónicas de un Amor Condenado. Capítulo 11

Autor: StephSalvatore | domingo, 8 de abril de 2012



De nuevo miré la imagen plasmada en el libro, intentando convencerme de que había visto mal, de que mis ojos me habían jugado una mala pasada. Sin embargo, el rostro del Alexander Slade del libro era idéntico al del Alexander que tenía justo enfrente. El mismo cabello negro, la misma nariz recta, los mismos pómulos y, pese a que el retrato estaba en tonos sepia, estaba segura de que el tono azul de sus ojos también era el mismo.
No conforme con eso, la chica que estaba a su lado era idéntica a Kristen y respondía a su mismo nombre.
—Eres tú... —susurré débilmente.
—Steph, déjame explicarte...
—Eres tú —repetí—. Y ésta es Kristen...
—Todo tiene una explicación, Stephanie. Tienes que escucharme...
—¿Cómo... cómo es posible?
Me puse de pie, tomando el libro entre mis manos. Ahora todo tenía sentido: la reacción de mi abuela, la actitud de Alex al ver el libro. Todo parecía imposible y, sin embargo, tenía sentido.
—¿Eres tú? —pregunté en voz baja.
—Stephanie, escúchame —la voz de Alex sonaba desesperada.
—Contéstame, Alex. ¿Eres tú el que está en la fotografía?
—Tienes que entender que hay cosas que...
—¡Responde de una vez! —lo interrumpí elevando el tono de mi voz—. Eres tú, ¿sí o no?
Él respondió después de una pausa, en medio de un suspiro de resignación:
—Sí.
Su respuesta fue suficiente para que saliera corriendo lejos de allí, lejos de él. Estrechando el libro contra mí, corrí hacia el auto de mi hermano y conduje sin ningún destino en especial, con el único deseo de alejarme lo más posible de Alexander. Al llegar a la autopista me detuve y estacioné el auto en la orilla del camino. Apoyé los brazos en el volante y escondí mi cabeza dentro de ellos. Había tantas cosas en mi mente que la cabeza me dolía hasta el punto de estallarme, ¿cómo era posible que Alex estuviera en un retrato que tenía cientos de años? Nadie podía vivir tanto tiempo, mucho menos con el mismo aspecto, como si el tiempo no transcurriera por él. Sabía que todas las respuestas a mis preguntas estaban escritas en el libro de mi abuela, pero no quería leerlas, yo quería escuchar todo de boca de alguien de mi propia confianza, de una persona de la cual jamás dudaría.
Pisé el acelerador y tomé la autopista hacia el norte, eran muchos los kilómetros que había que recorrer, pero por suerte el reloj indicaba que aún era temprano. Si me daba prisa, podría llegar a Chicago antes de que se hiciera demasiado tarde.
Para mi suerte, el camino estaba despejado y no había demasiados autos. Cuando vi que el reloj marcaba las 8:23 suspiré aliviada. Llegaría a casa de mi abuela a una hora decente y seguramente me haría pasar la noche ahí, temerosa de que la noche me tomara por sorpresa conduciendo por la autopista. Recordé que había salido de casa y tomado el auto de Chris sin más aviso que la nota rápidamente garabateada que les dejé a mis amigas. Más tarde llamaría avisando dónde me encontraba. Mi prioridad en ese momento era hablar con mi abuela lo más pronto posible y aclarar de una buena vez todo el misterio que envolvía a Alexander.
¿Cómo podía ser que él y Kristen siguieran vivos y exactamente iguales después de tanto tiempo? ¿Qué rayos es lo que hacía una foto de ellos y su familia en un libro sobre la historia de las brujas de Salem?
"Yo nací en Salem", la voz de Alex resonó en mi cabeza y todo adquirió aún más sentido a la vez que se volvía más confuso. Por lo que había leído en el libro, las brujas sólo eran mujeres que hacían algún pacto oscuro con el cual adquirían habilidades sobrenaturales, no comprendía qué era lo que Alexander tenía que ver con todo aquello. Quizás su madre resultara ser una bruja y tanto él como Kristen salieron afectados con eso; o tal vez la bruja era la misma Kristen. Su semblante frío y cruel y la maldad que emanaba me inclinaron a pensar que esa opción era la más viable, aunque después recordé lo que Aly me había dicho sobre que Alex era un asesino y su mirada atemorizante en mi sueño y en el estacionamiento el día en que se enfureció con Diego.
¿Podría ser posible que tanto Alex como Kristen hubieran hecho un pacto oscuro y así seguir viviendo intactos después de cientos de años? Y si así era, ¿por qué lo habían hecho? ¿Por el simple deseo de inmortalidad? ¿O tal vez porque tenían algo que hacer y el tiempo normal de vida humana no les era suficiente?
El timbre de mi teléfono celular me sacó de mis pensamientos. Sin descuidar el volante del auto, observé la pantalla y vi que quien llamaba era mi hermano. Seguramente se había dado cuenta ya de que había tomado su auto sin permiso. Respondí la llamada y lo puse en altavoz, sin retirar mi vista de la autopista.
—¿Se puede saber a dónde rayos fuiste tan temprano y por qué te llevaste mi auto?
La voz de Chris sonaba algo molesta a través del altavoz, aunque eso no ocultaba el dejo de preocupación que también había en ella. Así era nuestro lazo de hermandad: podíamos enojarnos el uno con el otro, pero después de unos momentos todo volvía a la normalidad. El cariño y preocupación que sentíamos mutuamente era más grande que cualquier otra cosa.
—Buenos días hermanito, ¿cómo amaneciste? —respondí en tono de broma—. Yo muy bien, gracias por preguntar, ¿eh?
Pude escuchar una ligera risa a través del altavoz.
—Buenos días, querida hermana. ¿Amaneciste bien? Si te apetece podemos tomar el té a mediodía y platicar de lo mundanas que son nuestras vidas.
Yo reí ante su sarcasmo. Así era mi mellizo: igual de sarcástico y loco que yo.
—Sólo aceptaré tu oferta si el té viene acompañado de galletas.
—¿Galletas de limón? No creo que tus galletas con chispas de chocolate queden muy bien con un té.
—¿Y por qué no? Ay Chris, qué bien se ve que no sabes de gustos culinarios.
—Ya Steph, concéntrate —dijo riendo—. ¿A dónde fuiste tan temprano?
—Salí a dar una vuelta.
—Aunque no lo creas eso ya lo había deducido. Mamá está hecha un mar de nervios porque te fuiste sin decir nada y dejaste la casa llena de tus amigas.
—Supongo que tendré que prepararme para el regaño que recibiré mañana —suspiré resignada.
—¿Mañana? ¿Cómo que mañana? ¿En dónde rayos estás, Stephanie?
—Conduciendo por la autopista.
—¿Y qué demonios haces en la autopista?
—Iré a ver a la abuela, Chris. Necesito hablar con ella.
—¿Desde cuándo es tan urgente ver a la abuela? ¿Qué no puedes hablar con ella por teléfono?
—No. Necesito hablar con ella en persona.
—Ya Steph, deja de jugar y dime en dónde estás.
—Es en serio, voy a la casa de la abuela.
—¿Te volviste loca? ¿Pretendes ir conduciendo hasta Chicago?
—¿Qué tiene? Ni que me fuera a ir hasta Groenlandia. Ya hemos ido a visitarla muchas veces.
—Sí, pero hemos ido todos juntos, nunca has ido tú sola.
—¿Quieres calmarte, Chris? No me regañes, pareces mi papá.
—Es que estás loca, niña. ¿Cómo se te ocurre irte hasta Chicago tú sola?
De repente los gritos de mamá sonaron del otro lado del altavoz. Era obvio que había oído lo que mi hermano acababa de decir y estaba a punto de sufrir un ataque.
—¿Chicago? —escuché que gritaba—. ¿Tu hermana está en Chicago?
—Tranquilízate mamá —al parecer Chris trataba de calmarla—. Mi hermana está bien.
—¿En dónde rayos está? —se escucharon pasos y después su voz sonó más clara—. Stephanie, ¿se puede saber a dónde fuiste sin que le avisaras a nadie?
Yo tomé aire y le hablé al altavoz con la voz calmada, preparándome para el regaño que me esperaba.
—Voy a Chicago, mamá. Necesito ver a la abuela.
—¿Te volviste loca? ¿Cómo pretendes ir hasta Chicago tú sola?
—Estoy bien, mamá. Ya estoy en camino.
—¿Y con el permiso de quién te fuiste? Si querías ir a ver a mi madre pudiste decirme e ir todos juntos.
—Lo siento mamá, pero fue algo que salió de imprevisto. Créeme que no lo haría si no fuera necesario.
—No sé en qué estés pensando, señorita —soltó mi madre, visiblemente enojada—, pero déjame decirte que estás castigada. Quiero que regreses inmediatamente a la casa.
—No puedo, mamá. Necesito ver a la abuela.
—Has lo que quieras, entonces. Pero prepárate cuando regreses a la casa.
Nuevamente se escucharon sonidos y el que habló ahora fue mi hermano.
—Está muy enojada.
—No, ¿en serio? —pregunté sarcásticamente.
—Es que no inventes Steph, ¿cómo se te ocurre irte hasta Chicago así nada más?
—Salió de repente, Chris; en serio no lo tenía planeado. Necesito hablar con la abuela de algo muy importante.
—¿Pasó algo? —preguntó inquieto.
—No. Bueno sí. La verdad no sé bien —suspiré—. Necesito aclarar con ella algunas cosas.
—¿Qué pasó, Steph? ¿Estás bien?
—Sí, no te preocupes. Yo estoy bien. Prometo contarte todo cuando regrese, ¿sí?
—Está bien, sólo vete con mucho cuidado y avísame cuando llegues con la abuela.
—Sí, papá —respondí con una ligera risita—. Yo te aviso.
—Oye, Steph, una última cosa. ¿Traes dinero?
—Mmm no, ¿por qué?
—Porque traigo poca gasolina. Si quieres ir hasta Chicago vas a tener que llenar el tanque.
Miré el indicador de gasolina en el panel del auto y vi que mi hermano tenía razón. Demonios. La aguja marcaba poco menos del cuarto de tanque, eso no me alcanzaría para ir hasta Chicago. ¿Cómo pude haberme olvidado de eso? Había tomado la decisión de ver a la abuela de un momento a otro, no había pensado en la gasolina, ni en que no llevaba un sólo centavo conmigo. Mi estómago rugió de hambre y entonces caí en cuenta de que no había desayunado ni había llevado nada de comida.
Suspiré frustrada al darme cuenta de que lo mejor sería regresar a casa y enfrentarme a los regaños de mamá. Quizás tendría que conformarme con leer la historia del libro para después llamar a la abuela y pedirle que me explicara todo.
—No traigo nada.
—Eso te pasa por llevarte mi auto sin permiso, ¿por qué no tomaste el de mamá?
—Porque tú eres mi hermano consentido y no te molestarás conmigo por tomar tu auto.
—Soy tu único hermano.
—Por eso mismo —me reí—. No tengo a nadie más a quién robarle el auto.
—Eres una convenenciera.
—Pero así me quieres, ¿no? —escuché risas por el altavoz—. De cualquier modo, da igual de quién haya sido el auto. No traigo nada de dinero, así que voy a tener que regresar.
—No te preocupes —dijo Chris—. En el maletero del frente traigo un poco de dinero. Úsalo para la gasolina y cómprate algo de comer. Por cómo saliste huyendo supongo que no desayunaste nada y no sé porque tengo la impresión de que te estás muriendo de hambre.
—¿Acaso lees mi mente?
—Ése es uno de mis poderes de mellizo —dijo riendo—, y tú me amas por eso.
Yo reí ante su comentario.
—Así es, aunque no lo creas.
—Bueno hermanita, ya no te interrumpo más. Maneja con cuidado y avísame cuando llegues, ¿sí? Yo trataré de calmar a mamá porque está a punto de darle un ataque.
—Sí, Chris, yo yte aviso. Convence a mamá de que no me regañe tanto cuando llegue, ¿sí?
—Regrésame el auto sin ningún rasguño y ya veremos.
—Ok, trato hecho —respondí riendo.
—Cuídate mucho.
—Tú también. Saluda a las chicas de mi parte.
—Dicen que te regañe por abandonarlas.
Yo me reí.
—Regaño recibido. Te quiero mucho hermano.
—Y yo a ti, loca.
Después colgó.
No supe por qué pero escuchar la voz de mi hermano me tranquilizó un poco. Pese a que sabía el castigo que me vendría encima cuando regresara a casa, no podía echarme para atrás. Necesitaba hablar con mi abuela, necesitaba que me explicara todo lo relacionado con Alex: lo que ella supiera acerca de él, por qué era que tenía un libro donde venía su historia, si en verdad Kristen era su hermana y si sabía a quién había asesinado Alex. Tenía tantas interrogantes en mi mente que no podía quedármelas. Necesitaba una respuesta urgente y mi abuela era la única persona que podría responder a todas.
Llené el tanque del auto en una gasolinera que estaba a un lado de la autopista, compré algo de comida en una tienda de paso que estaba junto y me dirigí sin más retrasos a la casa de mi abuela.

Cuando el reloj marcaba las 14:07 detuve el auto frente a la casita blanca en las afueras de Chicago. Tenía tiempo que no la visitaba, pero todo era tal cual lo recordaba: las flores de colores enmarcando las ventanas, el amplio porche donde solía jugar cuando niña y el columpio en el cual la abuela solía sentarme sobre sus rodillas para contarme los cuentos que despertaron mi deseo secreto de convertirme en escritora.
Sonreí al recordar todos aquellos momentos vividos en esa casa, pero al dirigir mi mirada al asiento del copiloto, sobre el cual descansaba el libro con tapas de piel, recordé el motivo por el cual me encontraba allí ahora. Tomé el libro entre mis manos y después de soltar un largo suspiro, bajé del auto y caminé hacia la puerta de la casa.
Apenas toqué el timbre, la puerta se abrió y me encontré inmersa en el caluroso abrazo de bienvenida de mi abuela.
—Stephanie —dijo estrechándome contra ella—. Estaba esperando que llegaras desde que tu madre me avisó que venías para acá.
—¿Mamá te avisó que venía? —le pregunté en cuanto me soltó.
—Así es, en la mañana llamó para decirme que te habías salido sin permiso de su casa y que al parecer venías a verme. Sonaba muy molesta, a decir verdad.
—Lamento haber venido así, sin avisarle a nadie —comencé—. Yo no quería causar problemas, yo sólo...
—Sé por qué lo hiciste —me interrumpió con una sonrisa—, no tienes por qué disculparte. Sabía que no tardaría en tener noticias tuyas, aunque debo de admitir que lo que esperaba era una llamada o algo así, nunca pensé que te escabulleras sin permiso para venir hasta acá.
Yo simplemente me limité a mostrarle el libro que llevaba entre las manos.
—Necesito saber que es lo que está pasando —murmuré.
—Pasa, hija —dijo conduciéndome al interior de su hogar—. Adentro podremos hablar de todo lo que quieras.
Entré a su casa y de inmediato reconocí el olor a azucenas que tan grabado llevaba en la memoria. Caminé hacia la sala y me senté en el sofá más cercano. Mi abuela entró detrás de mí y se sentó en el sofá que estaba junto enfrente.
—Dime, Stephanie. ¿Qué es lo que quieres saber?
—Todo, quiero saberlo todo. Quiero saber quién es Alexander Slade, cómo... —hice una ligera pausa— cómo es que él y su hermana siguen vivos después de tantos años.
Mi abuela se inclinó un poco hacia adelante y me miró con el entrecejo fruncido.
—Entonces también conoces a Kristen —murmuró.
—¿También la conoces a ella? —pregunté en voz alta. Ella asintió—. Abuela, necesito que me digas cómo es que sabes de Alexander y de Kristen.
Ella bajó la mirada y después de un largo rato suspiró y habló en un tono de voz muy bajo.
—¿Leíste el libro?
—Sólo el inicio, no contiene más que historias sobre supuestas brujas que vendieron su alma al demonio a cambio de algunos favores de su parte.
—¿Y tú las crees? ¿Crees que esas historias sean ciertas?
—Al principio no. Todo parecía muy fantasioso, como sacado de algún cuento creado para asustar a la gente, pero después... —me quedé callada.
—¿Después qué?
—Después encontré esto.
Y le mostré la imagen de Alex y su familia, pintada cientos de años atrás.
—Supongo que los reconoces, ¿no? —se limitó a preguntar.
—Son Alex y Kristen. Su... hermana, según dice aquí.
—Exactamente, ellos dos son hermanos. Dime, Stephanie, ¿cómo es que conoces a Kristen?
—Llegó al colegio hace unos días, buscando a Alex. Y según me pareció, a Alex le molestaba mucho su presencia.
—¿Leíste la historia del libro que habla sobre ellos?
—No. Yo quiero que tú me cuentes todo, quiero escuchar de ti toda la verdad.
—Lee lo que dice el libro —dijo señalándolo con la mano—. Léelo en voz alta y después yo te aclararé todo lo que quieras.
No muy convencida, abrí el libro que descansaba sobre mis piernas y busqué la historia que estaba al final, aquella que contenía la imagen de Alex y su familia. Temerosa de lo que podría encontrar, tomé aire y comencé a leer:


"De las muchas historias que se cuentan en este libro, quizás la más terrible y trágica de todas es la relacionada con la familia Slade. Una historia que no termina sólo con la bruja en cuestión, sino que arrastra consigo el desastroso fin de una familia entera y de varias personas cercanas a ella.
Thomas y Charlotte Slade eran considerados ciudadanos ejemplares, preocupados siempre por el bienestar de la comunidad. Ambos tenían un hijo de nombre Alexander, un chico de carácter igual de intachable que el de sus padres. Eran una familia tranquila, querida y apreciada por todos los habitantes en Salem.
Un nuevo integrante llegó a la familia cuando una tragedia azotó al pueblo: un incendio inexplicable acabó con todos los bienes e integrantes de la familia Jenkins. De aquella tragedia sólo sobrevivió una niña, una pobre huérfana de nombre Kristen que rápidamente encontró lugar entre los Slade. Éstos no dudaron en hacerse cargo de ella y rápidamente la adoptaron como su hija; todos vivían felices y ninguna familia se comparaba a la de Thomas y Charlotte, ahora con dos hijos.
El tiempo pasó y trajo consigo grandes cambios. Charlotte Slade, siempre jovial y dispuesta a ayudar a quien lo pidiera, se convirtió en una mujer seca y fría. Rara vez se le veía fuera de su casa y, cuando salía, siempre se le veía acompañada de su hija Kristen. La actitud de ambas hacia los demás era grosera y evasiva y después de un tiempo, todos comenzaron a evitarlas. Thomas Slade comenzó a mostrar un semblante cansado y demacrado, la sonrisa que habitualmente adornaba su rostro desapareció para dar lugar a grandes ojeras y su hijo, Alexander, era el único que aún presentaba señales de continuar con su vida como si todo siguiera como siempre lo había sido.
Los rumores de brujería llegaron a Salem y no tardaron en alcanzar a la familia Slade; se murmuraba que Charlotte y su hija se encerraban en su casa para charlar con el demonio y realizar rituales oscuros, pero nadie se atrevía a acusarlas directamente por la buena fama que tuvieron tiempo atrás. Los rumores se intensificaron y cuando la cacería de brujas comenzó, todo apuntaba a que las próximas en morir en la hoguera serían las mujeres de la familia Slade.
Una noche, los aterrorizados gritos de Rosalie Black, amiga de la infancia de Thomas, rompieron el silencio de las calles. Ella juraba haber ido a visitar a su amigo y, en lugar de verlo a él, lo que encontró fue a Kristen y su madre realizando un ritual de sangre dedicado al demonio. Su testimonio fue considerado prueba suficiente de las prácticas de brujería que llevaban a cabo las Slade y el pueblo entero fue tras su búsqueda, deseosos de arrojarlas a la hoguera. Thomas no dio ningún indicio de querer oponerse a la condena de su esposa y de su hija, solamente su hijo Alexander trató de impedir que fueran arrojadas a la hoguera, pero su esfuerzo fue inútil. Charlotte y Kristen Slade fueron quemadas acusadas de brujería, pero antes de morir lanzaron una amenaza contra Rosalie: ambas juraron regresar después de la muerte para acabar con ella y con el último de sus descendientes.
Después de su ejecución, las cosas parecieron volver a la normalidad, pero días después la tragedia marcó a la familia Slade más de lo que ya lo había hecho. Una noche, Alexander, siguiendo los pasos de su madre, entregó su alma al demonio a cambio de devolver a la vida a las mujeres que le fueron arrebatadas en la hoguera. Al igual que ellas, se unió a las filas del ejército de Satanás y asesinó a su padre sin piedad. Acabó con él de una forma brutal y con su sangre terminó de sellar el pacto que anteriormente había sido establecido. Las almas de Kristen y Charlotte regresaron de las tinieblas con sed de venganza, dispuestas a cumplir su amenaza en contra de la culpable de su muerte.
Comenzaron su tarea con Rosalie Black, la mujer que las acusó de brujería. Después de torturarla cruelmente, la encerraron en su casa con el resto de su familia y los quemaron vivos, tal como habían hecho con ellas. Creyendo que así llevaron a cabo su venganza, intentaron regresar al averno para así servir eternamente al príncipe de las tinieblas junto con Alexander; descubriendo con sorpresa que su tarea no estaba terminada. Natalie, la pequeña hija de Rosalie, no estaba presente en la casa durante el incendio. Intentaron buscarla por todos los medios, pero todo fue inútil; la niña desapareció como si hubiera sido tragada por la misma tierra y por más que intentaron encontrarla jamás lo lograron. A medida que el tiempo pasaba, Charlotte y sus hijos morían de impaciencia por terminar su venganza y así poder volver a la oscuridad de las tinieblas, pero la hija de Rosalie jamás apareció.
A partir de entonces la existencia de los Slade se vio confinada a encontrar al último descendiente de la familia Black. Sólo derramando su sangre podrán terminar la tarea que tienen sobre la Tierra; únicamente con la muerte del último Black, Charlotte, Kristen y Alexander podrán pasar a formar parte de las filas de seguidores de Satanás por toda la eternidad."

Cerré el libro de golpe y dirigí la vista a mi abuela. Ella me miraba expectante, sin decir nada.
—¿Es real? —pregunté al fin.
—Sé que no lo parece, pero viste la pintura. Son ellos.
— Tú siempre lo supiste.
—Reconocí a Alexander en cuanto lo vi llegar contigo aquel día. Dices que también conoces a Kristen, no me cabe la menor duda de que son los Slade de la historia.
—Rosalie Black, la chica de la historia...
—Es antepasado nuestro —asintió—. Somos descendientes de Natalie, su hija.
Ahora todo tenía sentido: por eso la actitud de Alex cambió después de saber que nuestros antepasados en Salem eran los Black, por eso insistía en que era peligroso para mí y que había cosas que no debía saber; por eso Aly escuchó a Kristen llamarlo asesino, porque eso es lo que era. Había asesinado a su propio padre y asesinarnos a mi familia y a mí estaba probablemente entre sus planes. —¿Ahora entiendes por qué debes mantenerte alejada de ese chico, Stephanie? —dijo poniendo su mano sobre la mía.
Yo asentí.
—Debes de tener mucho cuidado —asintió—. Alexander no debe de saber que tuvimos antepasados en Salem, no debe saber quién eres.
Un nudo se formó en mi estómago al recordar que Alex ya conocía la historia de mi familia y no pude evitar preguntarme por qué no me había lastimado si ya sabía la verdad. ¿Quizás porque esperaba la llegada de Kristen? Tal vez su madre llegaría después y entonces cumplirían el pacto que habían hecho.
Como ya lo sospechaba, mi abuela insistió en que me quedara a dormir con ella. Después de que telefoneara a mi madre y le avisara que mañana me tendría de vuelta. Ella no quiso torturarme más con la historia de los Slade, así que pasamos el resto de la tarde horneando galletas y reviviendo los recuerdos de cuando era niña. A la mañana siguiente, me despidió con un fuerte abrazo, no sin antes recordarme lo importante que era mantenerme lejos de Alex.
Antes de dirigirme a la autopista, me detuve frente a una tienda de paso para comprar algo de comida para el camino que tenía por delante. Detuve el auto enfrente y me dirigí a la puerta, pero justo cuando terminaba de bajar, sentí un fuerte golpe en la cabeza. Lo último que pude ver antes de desvanecerme fueron unas botas de tacón negras, después todo fue oscuro.

Crónicas de un Amor Condenado. Capítulo 10

Autor: StephSalvatore | viernes, 16 de marzo de 2012



No hubo momento durante la noche en que pudiera dormir. Después de que Katherine regresara del baño, pasamos algunas horas charlando y bromeando, incluso hicimos una guerra de almohadas. El momento memorable de la noche fue cuando Aly sacó una botella de vodka de su mochila. Yo la reprendí un poco pero después de muchos alegatos suyos, terminé subiendo de la cocina un litro de jugo, algunos vasos y entre todas nos pusimos a brindar.
Después de más bromas y comentarios de Aly sobre el amor que Adri siente por Chris, las cuatro chicas nos fuimos a dormir. Aly y Adri —quienes casi se habían terminado la botella de vodka entre ellas solas—, cayeron enseguida. Katherine y yo, sin embargo, tuvimos más problemas para conciliar el sueño y nos quedamos platicando un rato. Aunque era una chica agradable, había algo en ella que no me caía del todo bien. Después de algunos minutos, la plática comenzó a volverse tediosa y me di la vuelta en mi saco de dormir, argumentando que el sueño comenzaba a llegar.
Completa mentira. Luego de mil y un intentos por conciliar el sueño, me di cuenta de que era una batalla perdida. Miré a las tres chicas que dormían profundamente envueltas en su bolsa de dormir e intenté imitarlas, pero todo fue inútil. Cada vez que cerraba los ojos, la imagen de Alex aparecía en mi mente de mil maneras distintas. La idea de que fuera un asesino me torturaba y sin embargo, sabía que era cierta; Aly no podía inventar cosas como aquélla.
Levanté la vista y entre las sombras, percibí la silueta de un grueso libro sobre la mesita de noche. Había permanecido ahí desde la noche anterior y la “noche de chicas” había pospuesto mis planes para leerlo. Sin hacer ruido, salí de mi saco de dormir y me senté en silencio sobre mi cama. Encendí ligeramente la lamparita de noche que estaba sobre la mesa y coloqué el pesado libro sobre mis piernas.
—Apaga eso —susurró Aly, entre sueños.
—Ya voy, ya voy.
—Steph, apaga eso y vete a dormir.
—Ya voy —repetí—. Sólo reviso algunas cosas y ya.
—Que imprudente eres —se quejó, para después darse la vuelta y volver a quedar profundamente dormida.
Busqué la página donde me había quedado la noche anterior y continué leyendo. Después de la introducción sobre la quema de brujas, el libro contaba a detalle cada una de las historias de cada bruja que había sido quemada. Después de leer las primeras dos, me convencí de que estaba leyendo un libro de cuentos. Las historias contaban que las supuestas brujas habían hecho pactos con el demonio para obtener poderes sobrenaturales. El pueblo, receloso de las habilidades que poseían, las había descubierto y arrojado a la hoguera. Las cosas que narraba parecían sacadas de un libro de fantasía y, sin embargo, estaban narradas de tal manera que parecían haber sucedido en realidad.
Después de la tercera historia —una bruja que había matado a sus propios hijos en un intento de vengarse de su esposo por delatarla—, los ojos comenzaron a pesarme. Devolví el libro a la mesita y volví a meterme en el saco de dormir. Cerré los ojos y al fin me entregué al sueño.


Caminaba por la escuela como si nada. Varios chicos a los que conocía me saludaban con la mano y yo les respondía. Iba buscando algo y sin embargo no sabía lo que era, solo sabía que necesitaba encontrarlo y mis pies me guiaban en su búsqueda.
Fue entonces cuando lo vi. Recargado contra el marco de la puerta de un aula cercana, allí estaba él; mirándome fijamente y con la sonrisa en el rostro que yo tanto amaba. No supe por qué, pero en cuanto lo vi supe que él era lo que yo tanto buscaba. 
Alex me hizo una seña con la mano y yo caminé hacia él, me indicó que entrara al aula donde estaba y le hice caso. Después de que entrara, él cerró la puerta y antes de que pudiera hacer algo, tomó mi rostro entre sus manos y me besó. Una descarga eléctrica atravesó mi cuerpo y sentí como cada uno de mis nervios se alteraba. Sus labios estaban contra los míos y yo los saboreaba, sintiendo cada una de las veces que pasaban por los míos. No obstante, su beso no era como lo había imaginado: tierno y con el corazón desbordante, no. Alex me besaba con agitación y sus labios mordían los míos de un modo casi salvaje. Me besaba de tal modo que me estaba costando respirar y apenas me separé para tomar un poco de aire, el volvió a tomar mi rostro y nuevamente me besó.
Sin separar sus labios me acorraló contra la pared y continuó mordiendo y saboreando mis labios casi con desesperación. Contrario a todo lo que había imaginado, lo que quería era salir de sus brazos y apartarme de él. Hice un intento por alejarme, pero él me sujetó firmemente sin dejar de besarme. Haciendo uso de todas mis fuerzas lo aventé lejos de mí y él se limitó únicamente a mirarme.
—¿Qué pasa contigo, Alex? —pregunté completamente desconcertada.
—¿Qué? —enarcó una ceja—. No me digas que no te gustó —añadió en una mueca burlona.
—¿Qué fue eso?
—No finjas, Stephanie —dijo acercándose de nuevo—. Ambos sabemos que lo deseabas.
De nuevo intentó besarme pero yo hice el rostro a un lado y me aparté.
—Alex, ¿qué te pasa? —le pregunté completamente consternada.
De pronto una risa sonó detrás de mí. Una risa fría y cruel que, aunque hubiera escuchado pocas veces, la conocía a la perfección. Me di la vuelta y encontré a Kristen detrás de mí, con los brazos cruzados y la habitual sonrisa burlona en su rostro.
—Perdiste —le dijo a Alex con sorna—. Te rechazó.
—Claro que no —respondió él—. La primera vez me respondió y ésa es la que cuenta.
—Stephanie, Stephanie —Kristen negó con la cabeza mientras me examinaba con sus fríos ojos negros—. Déjame enseñarte cómo se hace.
Sin vacilar, caminó hacia Alexander y lo besó. Ambos se enzarzaron en un beso muy intenso y apasionado, él la tomó de la cintura aferrándose a ella y la besó con tanta ferocidad que parecía comerle la boca a cada segundo. 
Mi alma se fue al suelo. Sentí como si mis intestinos me abandonaran, como si cada parte de mi cuerpo hubiera dejado de existir para dejarme flotando en la inmensidad del dolor, mientras observaba como Alex y Kristen se devoraban el uno al otro.
Cuando se separaron, ambos me miraron sonrientes; la expresión de burla en el rostro de Alex me lastimó más que cualquier otra cosa e hizo que unas cuantas lágrimas corrieran por mi rostro sin que pudiera detenerlas.
—Así es como se hace —dijo Kristen.
—Eso estuvo mucho mejor.
Alex sonrió y volvió a besar a Kristen como si yo no estuviera presente. Más lágrimas corrieron por mis mejillas y cuando las enjugué con la manga de mi camiseta, Kristen volteó hacia mí y soltó una risotada.
—¿Por qué lloras, Stephanie? Oh, no me digas que creíste que Alex se había enamorado de ti —de nuevo soltó una carcajada fría y me taladró con sus negros ojos—. Sí, él es muy bueno en eso.
—Te dije que sería fácil.
Alex también rió y cada sonido que provenía de él me lastimaba como mil agujas encajándose en cada parte de mi corazón. No podía creer lo que acababa de ver ni mucho menos lo que acababa de oír, ¿entonces sólo había sido un juego para Alex?
—Demasiado fácil diría yo. Pero bueno, ¿por qué no terminas todo esto de una vez?
—Será un placer.
Alex se lanzó sobre mí y con una fuerza sorprendente me estrelló contra la pared. Me tomó por el cuello y cerró sus largos dedos alrededor de él, impidiendo toda entrada de aire a mis pulmones. Todo a mi alrededor comenzó a dar de vueltas y mi vista se nubló. Lo último que alcancé a percibir fueron los ojos de Alex tornándose completamente negros mientras miraba con una sonrisa de satisfacción como mi cuerpo comenzaba a desvanecerse…


—Stephanie, ¡Stephanie, despierta!
Las tres chicas que compartían la habitación conmigo me miraban asustadas. Me incorporé mirando a mi alrededor y me di cuenta de que estaba en el suelo, sentada sobre mi saco de dormir y que lo que había sucedido con Alex permanecía únicamente a un sueño. Un sueño que había parecido bastante real y debido al cual aún sentía las manos de Alex estrangulándome. Llevé las manos a mi garganta y noté cómo ésta aún me escocía por la sensación de la falta de aire.
—¿Qué rayos sucede contigo? —preguntó Aly, alarmada.
—Es obvio que tuvo una pesadilla, ¿no? —dijo Katherine.
—Aunque no lo creas, Kath —intervino Adri—, eso ya lo habíamos deducido —después se dirigió a mí—. ¿Qué soñaste Steph?
Podía escuchar sus palabras y sin embargo, no les encontraba ningún sentido. Me sentía aún lejos de mi habitación, encerrada en el salón de clases viendo como Alex y Kristen se besaban frente a mí. Aún podía ver sus miradas de burla al separarse y su sonrisa al hacerme saber que no había sido más que un juego.
Las lágrimas que había derramado durante mi sueño se materializaron en la realidad y comenzaron a brotar de mis ojos sin que yo me diera cuenta. Antes de que pudiera evitarlo, me solté a llorar y escondí el rostro entre mis piernas.
—¿Qué tienes, Steph? —preguntaron mis dos amigas, asustadas.
Yo continué llorando, sin proferir palabra alguna. Aly me abrazó por los hombros y Adri la imitó.
—Tranquila, fue solamente un sueño.
—Fue tan real —dije después de unos segundos, con la voz entrecortada.
—Pero a fin de cuentas no pasó de un sueño.
—¿Qué soñaste?
—Alex… —fue todo lo que pude decir.
Pude notar como mis dos amigas suspiraban y se miraban entre sí. No supe qué pasó después, pero pude escuchar como Katherine se levantaba y decía:
—Entiendo. Emm… yo iré a la cocina por un vaso de agua.
Después escuché el sonido de la puerta y, cuando levanté la mirada, en la habitación sólo estábamos mis dos amigas y yo.
—¿Qué soñaste, Steph? —volvió a preguntar Adri.
—¿Soñaste con Alex?
Yo asentí.
—¿Qué soñaste? —repitieron.
Nuevamente sentí las manos de Alex estrangulándome y llevé mis manos alrededor de mi garganta. Cerré los ojos y cuando hablé, lo hice en voz baja:
—Él… él trató de asesinarme.
—¡Te dije que no le contaras nada!
Adrienne reprochó a Aly y ella protestó, ofendida:
—¡Steph tenía que saber la verdad! Si Alex en verdad mató a alguien lo correcto es…
—¡Quizás eso ni siquiera sea cierto! Tal vez la tal Kristen sólo lo inventó para…
—A mí no me pareció que fuera un invento. Si hubieras escuchado la reacción de Alex…
—¡Tal vez se molestó porque Kristen anda inventando cosas! ¿Tú no te molestarías si supieras que yo ando inventando que mataste a alguien? Tal vez eso fue lo que pasó y ahora la pobre de Stephanie está toda traumatizada.
—A mí no me pareció que fuera un invento —repitió Aly—. Y seamos sinceras, no conocemos nada acerca de Alex. Tan bien podría ser verdad que resultara ser un asesino como que no.
—¿Y qué tal que no lo es? Tal vez, como te digo, todo es una calumnia y tú ya andas diciendo que…
—Yo tampoco creo que sea un invento —la interrumpí, en medio de un susurro.
La mirada de Alex en mi sueño me pareció tan familiar y de repente recordé por qué. Era la misma mirada que había tenido durante su enfrentamiento con Diego, la misma mirada oscura y atemorizante que adquirió después de que yo le contara cómo Diego me había puesto en ridículo frente a toda la escuela. Era una mirada que nunca antes había visto en alguna persona, una mirada que ponía los pelos de punta y que bien podría pertenecerle a un asesino.
Después de recordar todo aquello, no me costó trabajo imaginar a Alexander tratando de asesinar a alguien con esa misma mirada.
—¿Stephanie? —preguntaron mis amigas al unísono—. ¿Tú crees que Alex en verdad es un asesino?
—Bien podría serlo —respondí mirándolas—. Hay algo que no les he contado.
—¿Qué cosa?
—Ustedes no son las únicas que me han dicho que me aleje de Alex.
Ellas me miraron con sorpresa y confusión a la vez. Yo suspiré y decidí que era hora de contarles absolutamente todo lo que Alex y mi abuela me habían dicho hasta entonces. Su empeño en que él era malo para mí y que debía mantener la mayor distancia entre nosotros, cómo todo aquello encajaba con lo que Aly había escuchado.
—Ayer, mientras me trajo a mi casa después del incidente del gimnasio —expliqué—, lo interrogué acerca de su actitud conmigo.
—¿Qué le dijiste?
—Le pregunté porque ha estado tan frío y distante conmigo durante toda la semana. Al principio no quiso decirme nada pero después…
—¿Después qué? —preguntó Aly, ávida de más noticias.
—Después me dijo que lo hacía porque era lo mejor para mí, porque quería mantenerme a salvo.
—¿A salvo de qué?
—Yo no entendí eso y él no quiso darme más explicaciones, pero hoy volvimos a hablar después de Ciencias y me dijo que tenía que mantenerme a salvo de él.
—¿Y eso que significa?
—Ese es el punto. Que no tengo la menor idea de lo que significa. Alex está empeñado en la idea de que manteniéndome alejada de él me protege de él mismo, pero no comprendo de qué es de lo que me tiene que proteger. Dice que no podría soportar si algo malo me pasara por su culpa, y siempre que le pregunto qué es lo que puede pasarme me dice que hay cosas que no debo de saber porque me pondría en peligro al saberlo —añadí en medio de un resoplido de frustración.
—Tranquila, Steph —Adri me abrazó por los hombros.
—De verdad no lo entiendo —continué sin poder contenerme—. Cuando nos conocimos era tan diferente, era dulce, era tierno, nada que ver con lo que es ahora.
—A veces las personas cambian.
—¿Y por qué lo hizo? ¿Por qué de la noche a la mañana se empeña en protegerme de algo que según él no puedo saber?
—Steph —dijo Aly—, no sé qué tanto de nuestras suposiciones sea cierto; pero si Alex te dice que estás en peligro cerca de él, deberías hacerle caso. Debe tener sus razones para decirlo.
—Alex no es el único que me ha dicho eso.
Mis amigas me miraron con expectación.
—Mi abuela… ella me dijo que Alex no era mi amigo, que lo mejor era que me mantuviera lo más lejos posible de él.
—¿Tu abuela? ¿Tu abuela conoce a Alex?
Inhalé profundamente y les conté detalle a detalle todo lo que había pasado durante el encuentro de Alex y mi abuela. El desconcierto en su mirada solamente aumentó y cuando terminé mi historia, ninguna de las tres dijo nada durante unos minutos.
—Eso fue demasiado raro —dijo Adri al fin, rompiendo el silencio—. ¿Por qué tu abuela te dijo todo eso? ¿Por qué echó casi a patadas a Alex de aquí?
—No lo sé —suspiré—. Por más vueltas que le doy no logro encontrar una explicación razonable.
—¿Ella no te dijo por qué lo hizo?
Dirigí una leve mirada al libro que descansaba sobre la mesita de noche, pero decidí guardar ese detalle para mí. No quería que mis amigas pensaran que mi abuela estaba loca por creer en las supersticiones de un libro viejo, ni que creyeran que yo lo estaba por plantearme siquiera que aquello pudiera ser verdad.
—No me dijo nada. Simplemente insistió en que Alex era una persona de la que debía alejarme lo más posible, es todo.
—¿Y si ella sabe algo? —sugirió Aly.
Adri y yo la miramos expectantes y ella soltó uno de sus habituales resoplidos de frustración al ver que no captamos su punto.
—Quizás tu abuela sabe algo acerca de Alex y por eso actuó como lo hizo.
—¿Algo sobre qué?
—No lo sé, algo sobre el pasado de Alex, del asesinato que cometió.
—Un asesinato que ni siquiera sabemos si ocurrió —puntualizó Adri.
—¿Por qué abría de saber mi abuela algo del pasado de Alex? Eso no tiene mucho sentido, Aly.
—Por como dices que se portó, me da la impresión de que tu abuela ya lo conocía. Quizás ella sepa algo y por eso te dijo todo eso.
—No sé de dónde tendría ella que conocerlo. Alex ha vivido toda su vida en Inglaterra y que yo sepa, mi abuela jamás ha viajado allá.
—Bueno, eso es lo que Alex dice. Habrá que ver si es verdad.
—Aly —dijo Adri totalmente exasperada—, estás totalmente convencida de que Alex es un psicópata asesino y ni siquiera sabemos si…
—¡Chicas! —exclamé—, no empiecen a pelear como siempre, ¿sí? 
—Perdón —susurró Aly—. ¿Qué piensas, Steph? ¿Qué piensas sobre todas esas cosas raras sobre Alex?
Tardé unos minutos en responder. Era cierto que me dolía alejarme, pero también lo era el hecho de que tantos misterios y cambios de humor por parte de Alex me tenían cansada. Ya estaba harta de que nadie quisiera decirme absolutamente nada y por primera vez en mi vida, decidí hacer algo que odiaba: iba a tragarme todas mis inquietudes y le haría caso a Alexander. Él decía que alejarme de él era lo mejor y en vista de que parecía tener razón le haría caso, le pondría punto final a tantas preguntas sin respuesta y me alejaría de él de una vez por todas.
—Voy a hacerle caso a todos —respondí finalmente—. De ahora en adelante Alexander Slade será un estudiante más del colegio para mí, no más.
—¿Estás segura de que es lo mejor? ¿No quieres resolver todo este misterio?
—Ahorita no estoy segura de nada, pero es evidente que las respuestas a todo esto están muy lejos de mi alcance. Ya no quiero torturarme más chicas, lo mejor es olvidarlo y dejar esto por la paz.
—Pero…
—Aly, por favor no insistas. No quiero volver a hablar de esto, ¿sí?
De repente, se escuchó un grito proveniente de la cocina y sonidos de cristales rotos. Todas bajamos a ver qué pasaba, incluida mi madre y encontramos a Katherine al borde del colapso y a mi hermano tratando de calmarla.
—¿Qué pasó? —preguntamos todas.
—No sé —respondió Chris totalmente alterado—. Yo acabo de llegar apenas, la vi en la cocina y creyendo que eras tú, Steph, la asusté. Pero creo que me equivoqué —añadió sonrojado.
Todas estallamos en carcajadas.
—¡No fue gracioso! —reclamó Katherine entre lágrimas—. Me llevé un susto de muerte.
—¿Qué hacías tu aquí abajo? —preguntó mi madre.
—Bajé por un vaso de agua.
—Perdón en serio —dijo mi hermano totalmente apenado—, pensé que eras mi hermana. Nunca quise asustarte tanto.
—Te pasaste, Chris —dije tratando de contener la risa—. Eso te pasa por maldoso.
—Sólo quería hacerte una broma —se defendió—. Y a todo esto —miró a Katherine—, ¿quién eres tú?
—Es mi prima —dijo Adri.
—Soy Katherine. Adrienne es mi prima y me invitó a venir hoy —respondió ella, con la respiración aún entrecortada.
Después de miles de disculpas más por parte de mi hermano, todos nos fuimos a dormir, no sin antes escuchar el regaño que mi madre le propinó a Chris por llegar hasta entrada la madrugada.


A medida que el sol asomaba por el horizonte, el cielo se coloreaba con tonos cálidos que anunciaban la llegada del amanecer. No había mucha actividad aún y, sin embargo, la gente que mirara por sus ventanas podría ver a aquella chica solitaria caminando por la bahía.
No había podido dormir absolutamente nada durante la noche, mi mente seguía vagando en la conversación que había tenido con mis amigas la noche anterior. Necesitaba un rato conmigo misma para pensar y poner en orden todos mis pensamientos, así que faltando poco para el amanecer me levanté con cuidado del saco de dormir, me puse un pants y después de garabatear una nota rápida informándole a mis amigas que no tardaría en volver, tomé el libro antiguo de mi abuela sin saber muy bien por qué, agarré las llaves del auto de Christian y conduje hacia la bahía, vacía a esas horas de la madrugada.
Los veleros se mecían suavemente con el ritmo de las olas y, a medida que caminaba por la orilla, dejaba que el suave aroma salino del ambiente me invadiera, embargando cada parte de mi ser.
La tranquilidad del ambiente y mi sombra como única compañía me hicieron darme cuenta de la realidad. Había demasiadas preguntas sin respuesta en mi cabeza, preguntas cuya respuesta, al menos por ahora, estaba completamente lejos de mi alcance. Pese a no querer admitirlo, mi corazón latía fuertemente por Alex, pero eso no borraba el hecho de que su presencia solo me brindara sufrimiento y dolores de cabeza. Era cierto que apenas y lo conocía, y, pese a mis sentimientos hacia él, no tenía sentido que me torturara como lo estaba haciendo por alguien de quien no sabía con certeza absolutamente nada. Lo mejor era que los pocos momentos agradables que había pasado junto a él, sus sonrisas de ternura, sus miradas que me robaban el aliento y todas sus palabras, los atesorara como un simple recuerdo de alguien que había hecho palpitar mi corazón y continuara con mi vida muy aparte de la suya.
Pensando en todo aquello, observé el viejo libro que había llevado conmigo sin saber el motivo. Ese libro entrañaba aún más misterios de los que podría ayudarme a resolver. Lo mejor era que dejara también aquel tema por la paz y lo devolviera a mi abuela cuanto antes. Decidí que al volver a casa le propondría a mi madre visitar a la abuela uno de estos días, cuando escuché una voz que hizo que las decisiones que acababa de tomar comenzaran a vacilar:
—¿Stephanie?
—¿Alex?
—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó examinándome con sus ojos azules.
—Me gusta venir aquí cuando amanece, ¿y tú?
—Creo que tenemos los mismos gustos, entonces.
El brillo del sol que ahora comenzaba a elevarse le daba un brillo especial a sus ojos. Su azul habitual irradiaba una especie de resplandor celeste que los hacían aún más hermosos de lo que ya eran. Mis sentimientos hacia él comenzaban a embargarme y hacían que empezara a dudar de la decisión que acababa de tomar. Así que tomé aire y pronuncié las palabras antes de que desvanecieran en mi pecho:
—Alex, yo… emm… me gustaría hablar contigo.
Él me miró extrañado.
—No creo que tengamos nada de qué hablar.
—Te equivocas. Quiero hablar contigo sobre tu empeño en que me aleje de ti. 
—No vuelvas con lo mismo, Stephanie. Ya te he dicho que…
—Voy a hacerte caso —lo interrumpí antes de que terminara de hablar.
—¿Qué?
—Voy a hacerte caso y voy a mantenerme lo más lejos posible de ti.
Solté las palabras lo más atropelladamente que pude. Tener a Alex cerca de mí hacía que mi corazón palpitara con fuerza intentando tragarse lo que tanto intentaba decir, así que solté las palabras antes de que fuera demasiado tarde.
—¿Qué acabas de decir? —preguntó sin poder ocultar el tono de sorpresa en su voz.
—Que voy a hacerte caso. Tú serás únicamente otro estudiante más del colegio para mí.
Listo, lo había dicho y ya no había forma de retractarme. No quedaba más remedio que cumplir con mi palabra y apartarme definitivamente de Alex.
—¿Estás hablando en serio?
—No sé por qué te sorprende —respondí tratando de fingir indiferencia—. Me has repetido hasta el cansancio que lo mejor es alejarme de ti, ¿no? Pues al fin te haré caso.
—¿A qué se debió tu cambio de opinión? 
No pude evitar notar que su voz seguía teniendo un tono de sorpresa.
—Pues ya ves, a veces…
—¿Qué es eso que tienes ahí? —me interrumpió de repente, señalando el libro que tenía entre mis manos.
—Sólo un libro que me dio mi abuela, ¿por qué? —pregunté extrañada ante su repentino cambio del tema.
—¿Podría verlo?
—¿Para qué?
—Déjame verlo, por favor.
—¿Pero para qué?
—Por favor…
Alex intentó arrebatarme el libro y yo se lo quité sorprendida ante su sorpresivo interés. Entre nuestro forcejeo el libro cayó al suelo y yo me agaché a recogerlo. Lo que vi me paralizó completamente y puso en marcha el motor que hizo que todas las piezas del rompecabezas comenzaran a encajar.
El libro cayó y se abrió en una de las últimas páginas. Una página que contenía el retrato de una familia. Todos llevaban una ropa antigua, aproximadamente del siglo XVII, el padre y la madre miraban al frente y, al lado de ellos, se encontraban sus hijos. Dos chicos vestidos de la misma forma que sus padres miraban igualmente al frente, dos chicos que eran extrañamente familiares para mí.
Aquellos chicos eran idénticos a Kristen y Alexander, cada uno de sus rasgos era perfectamente igual y, pese a que la foto era en tono sepia, podría haber jurado que los ojos del chico de la fotografía eran del mismo tono azul del Alexander que tenía frente a mí. Leí el pie de la fotografía y mi conmoción aumentó, éste rezaba: “Thomas y Charlotte Slade, junto con sus hijos Kristen y Alexander, Salem 1692”.